Pedazos de mí.
Capítulo 1
“Yo sé que hay gente que me quiere
Yo sé que hay gente que no me quiere”
Alfredo Zitarrosa
34 años tenía cuando lo conocí.
Casi el doble de edad que ella tenía cuando hicieron el
amor.
Nariz de buen sexo, canas, ojos verdes, remera verde y una
bermuda de jean cortado…
Lo abracé cuando lo vi. Con miedo, con ansias, con mentira,
con terror, con la ilusión de que fuera…
…Y era no más. 99.9% de filiación paterna dio el análisis de
ADN, ese que sale como 10.000$ en El Italiano.
Esa fue la segunda vez que lo vi.
Es lindo. Por suerte no saqué su nariz.
Nunca más lo he vuelto a ver.
Me escribió: “…Accedí a conocerte x
respeto pero
muestra relación no
existe. No kiero q
sufras pero debes
seguir tu vida sin
considerarme mas.
Adiós”
No me voy a morir de amor. Capaz lo que hago es esto:
escracharte ante los ojos del mundo
nadie, cualquiera que pueda leer. Y lo execrable de ti…se escriba sin c.
Veterinario de hembras muertas de asesinato.
Mi padre.
Capítulo 2
Se me escapa la llave de la luz. Y no la encuentro. Conozco
hace 6 años esa pared, ando en la oscuridad sin chocarme con nada pero en este
laberinto de mi vida he perdido la llave de luz. Y me desespero... porque tengo
las medidas, el tacto ansía el click… y mis ansias también.
Solo es una vida. Un momento en la eternidad del cosmos tan fugaz… Se enciende el espacio y aparece
esta historia: La muerte del Viejo había fortalecido su voluntad. “Ahora sí,
-dijo la hermana- hay que tratar de ser felices”- . En esa frase se
desprendieron todos los tumores humanos y se separó del marido, cometió
suicidio continuo, lloró en el cementerio y rió en el sexo no deseado de los
amigos entrenados en el arte del desamor.
La paradoja se presentaba como un dios intempestuoso e
impenetrable, expungable únicamente en su tremenda confirmación.
Le tomé la mano al viejo en su última hora. Le sentí el
corazón agitado. Las ansias revueltas, la locura de lo que no se dijo y lo que
sobró, la agitación de partir de la vida, de este mundo, de este espacio que
parecía tan nuestro, tan comprado, tan contundente y orgullosamente esculpido
de normas y leyes espirituales que le hicieran la mella más honda, más calada, más
viva. No había más nada en sus ojos y todo estaba allí. Ahuecados, sin dolor, así me miraba y yo…no podía devolver le la
felicidad que me dio. Sin haberme dado la vida me permitió tener una.
Yo no era su hija y su luz estaba en sus hijos. Yo solo
estaba ahí, mientras él buscaba…a tientas… la llave de la luz.
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