viernes, 23 de agosto de 2013

primer díptico de la novela de mi autoría "Pedazos de mí"

                                                                  Pedazos de mí.
     Capítulo 1

“Yo sé que hay gente que me quiere
Yo sé que hay gente que no me quiere”
Alfredo Zitarrosa

34 años tenía cuando lo conocí.
Casi el doble de edad que ella tenía cuando hicieron el amor.
Nariz de buen sexo, canas, ojos verdes, remera verde y una bermuda de jean cortado…
Lo abracé cuando lo vi. Con miedo, con ansias, con mentira, con terror, con la ilusión de que fuera…
…Y era no más. 99.9% de filiación paterna dio el análisis de ADN, ese que sale como 10.000$ en El Italiano.
Esa fue la segunda vez que lo vi.
Es lindo. Por suerte no saqué su nariz.
Nunca más lo he vuelto a ver.
Me escribió: “…Accedí a conocerte x
                           respeto pero
                           muestra relación no
                           existe. No kiero q
                          sufras pero debes
                          seguir tu vida sin
                          considerarme mas.
                          Adiós”
No me voy a morir de amor. Capaz lo que hago es esto: escracharte ante los ojos del  mundo nadie, cualquiera que pueda leer. Y lo execrable de ti…se escriba sin c.
Veterinario de hembras muertas de asesinato.

Mi padre. 

Capítulo 2
Se me escapa la llave de la luz. Y no la encuentro. Conozco hace 6 años esa pared, ando en la oscuridad sin chocarme con nada pero en este laberinto de mi vida he perdido la llave de luz. Y me desespero... porque tengo las medidas, el tacto ansía el click… y mis ansias también.
Solo es una vida. Un momento en la eternidad del cosmos  tan fugaz… Se enciende el espacio y aparece esta historia: La muerte del Viejo había fortalecido su voluntad. “Ahora sí, -dijo la hermana- hay que tratar de ser felices”- . En esa frase se desprendieron todos los tumores humanos y se separó del marido, cometió suicidio continuo, lloró en el cementerio y rió en el sexo no deseado de los amigos entrenados en el arte del desamor.
La paradoja se presentaba como un dios intempestuoso e impenetrable, expungable únicamente en su tremenda confirmación.
Le tomé la mano al viejo en su última hora. Le sentí el corazón agitado. Las ansias revueltas, la locura de lo que no se dijo y lo que sobró, la agitación de partir de la vida, de este mundo, de este espacio que parecía tan nuestro, tan comprado, tan contundente y orgullosamente esculpido de normas y leyes espirituales que le hicieran la mella más honda, más calada, más viva. No había más nada en sus ojos y todo estaba allí. Ahuecados, sin dolor,  así me miraba y yo…no podía devolver le la felicidad que me dio. Sin haberme dado la vida me permitió tener una. 
Yo no era su hija y su luz estaba en sus hijos. Yo solo estaba ahí, mientras él buscaba…a tientas… la llave de la luz.